
Por Marco Zorzoli
Ante la adversidad podemos hacer varias cosas, rendirnos y aceptarla, contrarrestarla o quedarse obnubilado sin reacción, mirando un florero, una pared, la nada buscando respuestas en cosas que no hablan. Creo que de esa manera finaliza el año tanto la persona que temió por su salud como la que debió afrontar la crisis económica. O la que fue ajena a estas cuestiones pero que no vive en una burbuja y también tuvo que encerrarse a ver cómo el tiempo pasaba en el mismo estado en el que se encuentra ahora. Son instantes de reflexiones, como todos los años, pero con el agregado de una autenticidad involuntaria por buscar lo positivo que claramente no abunda. Se trata de un tiempo pedido y necesario, no para recopilar sucesos que transcurrieron durante el año, para pensarlos.
Desde el fútbol argentino nunca se tuvo la vara tan baja con respecto al año siguiente al que imaginamos de todas maneras, idéntico al que pasó. El consuelo es que no puede haber algo peor. Una población que estuvo sin su deporte favorito desde marzo vio como reiniciaba todo menos la actividad de su equipo. Es que hasta en el fútbol se vuelve decepcionante el año porque ni la abstinencia logró cautivar al público por el torneo inexplicable que armaron para zafar por las demandas de la televisión los trajeados sonrientes de calle Viamonte. Tipos que se palmean y se felicitan por el entrevero de copa que debería llamarse Peter Shilton en vez de Maradona. Tipos que dirigen clubes y adoran la comodidad inentendible de no jugar, de no competir, de que no haya descensos. Tipos que generan partidos inmirables de equipos que forman con pibes irreconocibles, total no se juega por nada. Tipos que rompen el contrato unilateralmente con el monopolio más grande del mundo y que después deben ir a negociar porque perdieron en la justicia. Tipos que no repiten el mismo formato de torneo hace más de cinco años y cambian las reglas en el transcurso.
Coherencia es una de las últimas cosas que les podríamos pedir a los que conducen a la AFA y a la reciente Liga Profesional, con armar un torneo con un campeón y descensos nos conformamos. Pero resulta tan chocante que los enemigos íntimos que protagonizaron la dantesca imagen del 38 a 38 con Dagna puteando como si estuviera en una película costumbrista de los 80 y una señora mayor arrimada a la mesa que contaba los votos preguntando ¿Y ahora qué hacemos?, ahora estén abrazados homenajeando a un Maradona moribundo y elogiándose en cada presentación pública que asisten. Recordemos que Chiqui Tapia se posiciona en la esfera pública una noche que sale enojado de la sede de una AFA convulsionada a declarar con todos los micrófonos encima que era mejor que Tinelli se dedique a sus programas de baile. Desde ese día supimos que era el capo del ascenso presidiendo Barracas Central y que le configuró el apoyo de ese sector a Segura en la elección que no fue.
¿Y ahora qué hacemos? preguntó esa señora casi mirándonos a nosotros, los que pensábamos que se terminaba la era del muñequeo, los que idealizábamos al hombre de Bolívar y que vimos trunca para siempre la oportunidad de una organización transparente. Tinelli probablemente se preguntó lo mismo después de la estafa que había sufrido en su cara. Cualquier persona se retiraría para siempre de ese antro. Pero estamos hablando de la persona que esperó y supo responder la consulta de la anciana. El hombre de todos los presidentes hasta por lo menos los primeros tres años notó que la Superliga, apoyada por el entonces presidente Macri y la pata empresarial de los clubes, le estaba por quitar puntos. Su amigo Elizondo, el CEO, lo iba a sancionar por sus desmanejos financieros, a San Lorenzo y Huracán. Entonces el conductor en medio de filtros de Snapchat con el presidente en Casa Rosada, lo convenció para dejar todo como estaba. Y así fue, la Superliga perdió autoridad, a Tinelli ya no le importaba más la transparencia y conspiró para disolverla y formar su engendro, con él a la cabeza en fraternidad con Tapia. Si que supo qué hacer, señora.
La parábola de sueños rotos, decorada por dólares, intereses, rencores, nos hizo observar una vez más lo difícil que es cambiar las cosas en este país por más que seas Tinelli. Sin embargo, la teoría no es que se lo tragaron los siniestros gordos de AFA y sus formas de hacer las cosas, fue siempre así. Los ingenuos éramos nosotros. El sorteo del lunes y los homenajes a Diego evidenciaron la profundidad del producto, como también se lo denomina irónicamente en redes sociales. No fueron las casitas que se ven atrás de la tribuna de Patronato, ni el pelado campo de juego del estadio de Arsenal, ni el cuarteto que sonaba a todo volumen mientras hablaban los dirigentes. Por cierto, gran acto de rebeldía del sonidista en medio de su error. Fue el cinismo de estar sorteando la nada misma. Con los equipos de Rosario encomiados detrás de Chiqui y callados sin chistar mientras no haya clásico. Y el sutil grado de disimulación de colocar un River-Boca para levantar los ánimos y las ganas de pagar un pack fútbol que aumentaría aproximadamente un 25% desde enero, además de la posibilidad de que lo terminen jugando con suplentes dada la instancia en la que se encuentren cada uno en la Copa Libertadores. ¿Para esto se quería involucrar Tinelli en el fútbol?
Al ascenso, las sobras. O peor, la desorganización y arbitrariedad sin la cortesía de ser encubierta. En la precipitada decisión de dar por finalizada la temporada se olvidaron que a la Primera Nacional le restaban nueve fechas y que por más que no haya descensos, algunos equipos tenían que ascender. Se creó un formato basado en la justicia deportiva para los dos equipos que lideraban las zonas hasta la suspensión. Pero ni con las más de diez diapositivas necesarias para explicar el torneo se podía garantizar algo tan elemental que se hubiera respetado con sólo jugar lo que faltaba. San Martín de Tucumán tomaba una distancia de 18 puntos sobre Tigre, que se encontraba en la frontera entre el reducido y jugar otro año más en la segunda categoría. Tigre, el equipo de Massa, ahora tiene los mismos puntos que los tucumanos. La secuencia de la bolilla que se abre a la vez que el muchacho vuelve a insertar el papel dentro y seguir mezclando normalmente puede ser una torpeza inoportuna para un sorteo que benefició en las localías a Barracas y al Deportivo Riestra de Stinfale. El ascenso es el feudo de Tapia, y Toviggino el que lo administra. La mano derecha de Chiqui hizo su aparición en el 38 a 38 cuando fue denunciado por ofrecer dinero a distintos asambleístas a cambio de que votaran por Segura.
Mientras, nosotros nos mantenemos con la mirada fija en otro lado, porque hay problemas más graves por supuesto, y que fueron mencionados al principio, pero también nos preguntamos el porqué seguimos mirando fútbol argentino. Porqué nos gusta todavía. En parte, hablamos de una entrega, de las tantas que realizamos y depositamos expectativas. Pero una en la que observamos la satisfacción cerca, una que parece devolvernos algo, bueno o malo, pero algo, sumado a los desbarajustes institucionales, las barras y la inseguridad, los jugadores de los representantes, aunque sea algo. No nos interesa demasiado que hagan con él, como lo manejen. Es la ficción que necesitamos en nuestras vidas, nos dejamos mentir. Las idas y vueltas, el sorteo, Chiqui Tapia, «the product» y demás, nos hacen reír y, en definitiva, nos divertimos como podemos. No obstante, deberíamos tener precauciones para que las risas no se conviertan en resignación, en la sensación de que no hay más nada por hacer. De esta manera protegemos nuestras frustraciones y quizá produzcan el efecto contrario, después de lo del lunes no se percibió que estén muy preocupados por la humillación que perpetraron con las categorías de ascenso. Imposible saberlo.
El fútbol argentino tocó su punto más bajo en años, al igual que el mejor jugador del mundo. Messi, aunque parezca inverosímil, ya no es feliz en Barcelona. En el año del diez se puede establecer un reflejo de nosotros, los mortales. De la expectativa a la desilusión total en poco tiempo. Una ilustración perfecta fue aquel fatídico primer tiempo ante el Bayern. ¿De qué esperanza estaba aferrado Messi para cambiar las cosas? Como muchas personas en estos meses, de ellos mismos. Uno se preguntaba ante tanto desconcierto que quién iba a modificar el estado de estancamiento si no era actuando por sí solo. Pienso que Messi en la circunstancia que todos sabemos que estaba, decidió tomar las riendas verdaderamente para generar la noticia del año, pero también para cambiar el rumbo de su carrera al estar en un equipo en el que se van degradando mutuamente.
Por eso no hay duda que pensó en el bien del único club que confío en su zurda cuando valía lo mismo que cualquier otra de Rosario. Lo cierto es que no ocurrió ni una cosa ni la otra, pero a diferencia de los cambios radicales para nuestra vida que nos planteamos a altas horas de la madrugada, Messi lo hizo. Y en concordancia con el fútbol argentino, nos guardamos otra decepción a nuestros interiores desahuciados, con el país, con el humo, con la inseguridad, con la calle del barrio. Ni el mejor jugador del mundo pudo con un grupo de abogados y se quedó a padecer el apático fútbol culé.
El declive de Messi era eso que no queríamos ver. Del partido de cinco goles contra el Leverkusen al del martes con la Juventus, que de todas formas terminó siendo el mejor del equipo con siete disparos al arco, la disimilitud es que antes si podía en soledad. El astro después de su acto de rebeldía más destacable ya mira nuevos senderos que lo conduzcan a un último baile acorde a su figura. Y no la del Museo de Cera de Barcelona.
En eso nos diferenciamos. En la mirada puesta. Messi lo dijo cuando teníamos un atisbo de esperanza en la llegada de esta nueva comitiva a la casa madre del fútbol nacional: «Que desastre que son estos de la AFA». Tanto en esta situación como en el futuro, el argentino está planificando su remontada. Las remontadas no se piensan, simplemente llegan, pero nada de lo que pueda hacer Messi en adelante tendrá el gusto de este año. Los futboleros, que tuvieron su acto de rebeldía para ir a despedir al más grande contra distanciamientos y barbijos, todavía no se reponen de estar cada dos por tres mirando al florero, que en ese preciso momento significa muchas cosas, entre ellas la revancha. Las remontadas son exactamente eso porque rompen el esquema contra la adversidad corriente. Después de unos meses sin señales te llamaron para el trabajo al que te presentaste y estuviste semanas pendiente hasta que te olvidaste. Remontadas, nuestras remontadas. Que despejan la cara embobada. La misma que tuvo Messi aquella noche en París antes del inolvidable 6 a 1 frente al PSG. Tal vez ahora sí dependa de nosotros. Podemos ser mejores; en el fútbol y en la vida.
